Discurso recibimiento de Carlos V en Pimiango
- comandefepimiango
- 14 ago
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Mientras llegan las fotos del pasado sábado día 9, aquí tenemos el discurso dado por el
"alcalde de Pimiango" para recibir a don Carlos y su corte.
Le damos las gracias a nuestro vecino José Hilario por su escrito y representación del pueblo de Pimiango para recibir a sus majestades.
Discurso del alcalde al recibir a Carlos I en la villa de Pimiango (año del Señor de 1517)
Muy alto y muy poderoso Señor don Carlos, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de
Navarra, de las Dos Sicilias, de Jerusalén (¡y aún más títulos que dedos tengo yo en la
mano!),
Sean Vuestras Altezas reales bienvenidas a esta humilde pero leal villa, que os recibe
con los brazos abiertos, los zapatos limpios y la bodega preparada.
Dicen los viejos del lugar —que algo saben, aunque no sepan leer— que nunca
soplaron vientos tan atrevidos como los que os han traído a estos puertos. Que el mar
del Norte, conmovido por la noble sangre que navega en vuestra nave, desvió vuestro
rumbo y os dejó, como perla en ostra, en nuestras costas asturianas.
¡Y qué fortuna la nuestra, Majestad! ¡Que el primero en veros no fuera duque, ni
arzobispo, sino pescador con redes rotas y alcalde con capa vieja!
Sabemos quién sois, Señor, aunque vuestra lengua aún suene a Flandes. Nieto de los
gloriosos y muy católicos Reyes, de sangre de Isabel y de Fernando, y también del
emperador Maximiliano; sois heredero de más tierras que vacas tiene este concejo.
Castilla, Aragón, Flandes, Nápoles… ¡hasta el sol parece que se detiene a ver por dónde andáis!
Y cómo no hacer mención, Señor, de esas tierras allende los mares, las Indias, que, por
la fe, la espada, la visión (y los dineros) de vuestra augusta abuela, la reina doña Isabel —gloria de estos reinos y espejo de reinas cristianas—, fueron descubiertas,
conquistadas, civilizadas y evangelizadas. Fueron sus joyas las que aprovisionaron la
empresa del navegante genovés, escoltado por la raza, la fuerza y la fe de extremeños,
castellanos y andaluces, y es su legado el que ahora os toca guardar con mano firme y
corazón piadoso. Que no se diga que Castilla alarga el brazo sin llevar también la cruz.
España, Señor, es tierra noble… pero tozuda. En Castilla, los labradores rezan más al
cielo que al rey, y en Aragón, los fueros son más sagrados que los santos. Aquí cada
cual tiene por costumbre no callar ni al fraile ni al noble, y si no nos lo cree Vuestra
Alteza, espérese a que hablen las Cortes… y verá qué música.
Las gentes murmuran, como es costumbre, que venís con muchos consejeros de la
corte de Flandes. Y no es que desconfiemos, no, pero como dice un viejo refrán de por
aquestos lares: “Consejo que viene de lejos, trae capa y no deja pellejo.”
Pero no temáis, Señor, que en esta villa no hay traidores ni traiciones. Tan solo hay
marineros que pescan con paciencia, mujeres que labran con manos fuertes, y mozos
que dan la vida por su Rey… si les dais buenos motivos.
Vuestro camino hacia Valladolid será largo, mas dejad que esta villa sea el primer
reposo de vuestro imperio. Aquí no hay oro ni fastuosos palacios, pero hay hospitalidad, buena sidra y gaitas que alegran la noche.
Y no quisiéramos, Señor, que vuestra augusta persona hollase estas tierras sin recordar que aquí, entre peñas y nieblas, nació la luz de esta España, evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, espada de Roma y que Dios os ha dado la ventura y magna responsabilidad de regir. En Covadonga, no lejos de esta villa, alzóse la espada de don Pelayo contra la morisma, y fue allí donde Nuestra Señora, la Virgen Santa de Covadonga —Reina de las alturas y amparo de cristianos—, cobijó en su cueva el embrión de la Reconquista de sus reinos ¡Si Castilla es columna de su trono, Asturias fue su cuna!
Así pues, tomad de nuestras manos estas llaves simbólicas —más viejas que las piedras de Tina y más torcidas que mis piernas— como señal de que esta tierra, aunque humilde, es vuestra.
Y si os place, Majestad, dejad memoria de este día en vuestros libros. Que cuando el
mundo diga: “¿Dónde comenzó Carlos de Habsburgo su camino como Rey?”, pueda
responderse sin duda:
“En una pequeña villa asturiana, Pimiango así nombrada, donde el mar aplaudió su
llegada y el pueblo le ofreció lealtad, cobijo… y un cacho de empanada.”
¡Larga vida al Rey don Carlos! ¡Y que Dios guíe vuestros pasos por estas nuestras
tierras asturianas!
¡Viva el Rey!
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